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Diario de una mami normal y corriente

Amigos

Aún queda gente buena en el mundo

Aún queda gente buena en el mundo

Si hace un tiempo me hubiesen pedido que dijera lo primero que me viniera a la cabeza sobre Zanzíbar, probablemente lo que hubiese contestado era que es una isla destino de lunas de miel con playas paradisíacas. Hoy puedo decir que conozco mucho más de ésta isla, situada en la costa tanzana porque su realidad me la han dado a conocer mis amigos Gabriela y Víctor.

A Gaby la conocí en la universidad; es una mujer de aspecto frágil y delicado que esconde un corazón enorme y una fortaleza alucinante. A lo largo de su vida ha pasado por distintas ciudades en España, ha vivido en Francia, Estados Unidos, Barbados (donde se casó con Víctor, que es colombiano) y hasta ahora residía en Zanzíbar. Su próximo destino, Trinidad y Tobago. Como comprenderéis, su vida es tan intensa que cualquier reunión con ella y con su marido dista mucho de ser algo vulgar.

Ahora están en España, que a pesar del tiempo que hace que Gabriela no vive aquí, sigue siendo su casa. Es que, y ahora me voy a poner un poco "moñas", tu casa es el sitio donde está tu gente. Gaby hace muchos años que no vive aquí, pero somos sus amigas "titulares". Se la echa de menos cada segundo que no está. Ella ha estado en muchos sitios, pero ninguno le ha marcado tanto como Zanzíbar. Lejos de la imagen de un sitio paradisíaco a la que estamos acostumbrados, esa pequeña isla ES el tercer mundo. Gabriela nos ha contado como conviven el lujo en forma de macrohoteles con todo tipo de facilidades y la miseria más absoluta, como dos caras de la misma moneda. Mientras unos no tienen con qué comer, los otros se atiborran a manjares exquisitos y se tumban panza arriba y panza abajo en la playa.

Gabriela y Víctor ya se han marchado de Zanzíbar, pero la isla tardará mucho en borrárseles de su memoria, si es que alguna vez lo hace. Allá han dejado muchos amigos y muchas gentes a las que han ayudado. Podrían haberse dedicado a vivir como pachás, pero no han podido inhibirse de las circunstancias que les rodeaban y su paso por la isla ha hecho un poco más felices a las personas que estaban con ellos. Han pagado (y pagan) colegios, ha comprado zapatos, han alimentado a familias, y cuando se han marchado han procurado que todos aquellos que les rodeaban tuvieran garantizado el sustento en forma de un proyecto de vida. Hicieron una colecta entre sus amigos y familiares para conseguir un dinero que permitiera a los suyos comprar terrenos para construir sus casas, vacas, gallinas y no dejarlos en una situación límite.

La experiencia me consta que ha sido exhausta para los dos. El cansancio emocional de convivir con la más absoluta de las miserias y de ser conscientes de que no pueden cambiar el mundo ellos solos es realmente terrible y hay que ser de una pasta especial para poder vivir con ello sin volverte loco. De allí se llevan los que quizás han sido los años más intensos de su vida, muchas personas, muchas frustraciones, muchas desilusiones, y también ¿por qué no? muchas risas. Hemos ido a tomar algo a una terraza y nos han estado contando historias de los "fundis" (que viene a ser algo así como los "chapuzas") y yo me moría de risa al oírlos. Desde el "fundi" de los ordenadores, que ante un virus que hacía que los elementos de la pantalla se fueran hacia arriba y su solución fue que dieran la vuelta al ventilador porque estaba haciendo que las cosas se volaran, hasta el "fundi" carpintero, que en vez de seguir las instrucciones para realizar unas mesillas de noche hizo mesas de comedor porque esas al menos servían para algo.

Ellos se han ido de Zanzíbar, pero Zanzíbar no se ha ido de ellos. Y estoy segura de que para la gente que han dejado atrás su presencia durante estos años les habrá marcado. Aunque ellos creen que no han hecho mucho, el mundo evoluciona gracias a personas buenas como ellos incapaces de pasar por los sitios de puntillas.

Distancias relativas

Distancias relativas Conocí a mi mejor amiga un día que se me acercó, mientras comía unas deliciosas croquetas de mi madre y me dijo "Hola, soy Coco y voy a enseñaros la diferencia entre cerca y lejos... cerca.... lejos". A día de hoy, agradezco mucho su lección y sobre todo el hecho de haberla conocido, pero con los años te das cuenta de que las distancias y el tiempo son ambos conceptos más que relativos.

Cuando eres adolescente, tus amigos se miden según las veces que los ves. Es raro que un amigo-amigo sea alguien a quien no ves un mínimo de tres o cuatro veces por semana, aunque es verdad que hay honrosas excepciones. Pero lo más normal es que tus amigos compartan lecciones, deberes y horas de marcha contigo. Así que cuando das el salto a la universidad, o a donde sea, muchas veces esas amistades cimentadas sobre arenas movedizas (en la comodidad de verlos a diario) se derrumban como castillos de naipes. Y te das cuenta, al tiempo, que has dejado pasar mucho tiempo desde la última vez que os visteis y que realmente tenéis poco de qué hablar.

Sin embargo, las amistades adultas son distintas. El trabajo es perro y hace que tu tiempo libre se acorte a una velocidad de vértigo, con lo que frecuentas mucho menos a tus amigos. Por una cuestión de horarios, más que de ganas, fundamentalmente. Así que no es ningún drama no verte tanto. Intentas mantener la amistad supliendo los encuentros con emails y con llamadas y se hace lo que se puede.

El tiempo es muy relativo, como digo. Ayer coincidí con un amigo y con su novio que viven en Estados Unidos. Pese a que sólo nos visita una o dos veces al año, lo cierto es que cada encuentro es como si no hubiese pasado el tiempo. Tienes siempre la sensación de retomar la conversación exactamente donde la dejaste, como si los kilómetros de separación y el tiempo que ha pasado no contaran para nada. Y eso que yo soy una vaga de narices para llamar o escribir.

Para mí esos son los verdaderos amigos. Los que pese a todo lo que pase, cada vez que te ves tienes la sensación de que han estado cerquita cerquita y que te mueres por hacerles partícipes de todo lo que has vivido lejos de ellos. Yo me considero afortunada porque tengo a varios amigos desperdigados por el mundo y otros a los que apenas veo por circunstancias y aún así puedo llamarlos amigos.