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Diario de una mami normal y corriente

¿Fuera o dentro de casa?

¿Fuera o dentro de casa?
Las amigas están para frecuentarlas; hace mucho tiempo que quedo una vez por semana con mis amistades de la universidad. Es una costumbre que hemos intentado no perder. Al principio íbamos nosotras solas y ahora vienen también a veces nuestros hijos pequeños. Sinceramente, yo prefiero dejar a mi hija en casa. Dado que no trabajo fuera de mi hogar, estoy con ella las 25 horas del día (sí, digo bien, 25, porque son 24 pero cunden como si fueran más) y realmente esta reunión semanal me sirve para oxigenarme de hija.

Y es que estar con un niño en casa llega a ser muy absorbente. A veces me planteo qué es mejor, si trabajar fuera de casa también y ser madre a media jornada o por el contrario dedicarle a mi hija todas las horas de mi día. No he encontrado aún la respuesta. He encontrado de todo; madres que trabajan y darían un dedo por poder estar todo el día con sus hijos y mamás que por el contrario acaban aplastadas por el trabajo ingrato de la casa. Y es que este país es un sitio de extremos. O eres madre o eres trabajadora. No hay un término medio que haría que la mayoría estuviéramos contentas. Es una pena, porque lo ideal sería que la maternidad y el mundo laboral fueran compatibles como lo es en otros sitios. Aquí, si eres trabajadora, lo has de ser (en la mayoría de los casos, siempre hay excepciones), a tiempo completo. Es decir, vivir sujeta a horarios imposibles, en los que dejas tu casa a primerísima hora de la mañana, con la legaña aún puesta, y volver cuando los lunnis hace rato que están en la cama. Estrés laboral, ir de culo todo el santo día y ver a tus hijos más por foto que en persona. Si te pides una jornada reducida (algo a lo que tenemos derecho en la teoría), ya te puedes olvidar de ascensos, de subidas de sueldos y más de una vez tendrás que ver como te miran por encima del hombro compañeros a los que tu reducción de horario les ha supuesto una carga adicional de trabajo.

El otro extremo también tiene sus desventajas. Al principio es genial, porque no te pierdes ninguno de los avances de tu hijo, le ves crecer, lo disfrutas, estás con él, juegas, ríes… pero después la cosa se hace más cuesta arriba. Primero, porque resulta que la mayoría de tus amigas trabajan, con lo que por las mañanas estás más sola que la una, colgada como un chorizo en los bares más cañís. Así que te dedicas a pasear como si fueras un jubilado, todo el día parque arriba, parque abajo. Que en primavera apetece, pero cuando hace un frío del carajo (ya se sabe, porque el grajo vuela bajo), tienes tantas ganas de hacerlo como de meterte en un frigorífico a echar la mañana. Y luego está el hecho de que tu conversación va perdiendo interés a marchas forzadas. Te conviertes en un monotema, escatológico a más no poder. Que si la niña ha hecho duro o blando, que si se ha meado o si se echa más pedos de la cuenta. Luego también te vuelves una fanática de la comida, y sabrías recitar los ingredientes de quince potitos distintos, analizando con pelos y señales cuál es el que más azúcar contiene, porque ya se sabe, a los niños no hay que dársela. O sea, que salvo que pertenezcas al grupo de las madres ociosas, tu conversación tiene menos interés que una conferencia hecha mano a mano entre Bush y Aznar. Yo quince kilómetros en 10 minutos. Yo veinte en quince. Para abrirse las venas.

Pero lo peor de todo es ese canguelo que tienes por si no vas a poder reengancharte al mundo laboral en la vida. En serio, todo lo que he dicho anteriormente no tendría mayor importancia si supieses a ciencia cierta que tiene una fecha de caducidad, que cuando tú lo decidieras pudieses volver a trabajar sin mayor problema. Pero para las empresas tenemos varios hándicaps: por lo general pasamos de los treinta, somos ¡madres! ¡qué delito! y además nos hemos pegado en el dique seco varios años. Así que huyen de ti como si tuvieses la peste negra.

De manera que no hay situación buena; las que trabajan fuera de casa matarían por poderles dedicar más tiempo a sus hijos y las que no, pegarían por tener un ratito de conversación adulta de vez en cuando.

Mi solución: quedar todas las semanas con mis amigas. Que aunque mi conversación sea un asco, es divertido vivir según qué cosas aunque sea en boca de otras. Así que sigo ligando, saliendo, y volviendo a mi casa a las mil, aunque no sea de cuerpo presente.

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