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Diario de una mami normal y corriente

Felicidad a raudales

Felicidad a raudales Hoy es de esos días en los que descubres lo feliz que eres. Quizás es que después de descubrir a Martina McBride y su "jo que chupi es esto de ser mami y tener una familia", es que estaba con el cuerpo predispuesto a ello. No lo sé.

Mi hija se ha despertado terriblemente contenta. No es que sea algo raro, al contrario. Es una cría con la sonrisa permanentemente en la boca. Hemos quedado en el mercado con mi madre y ahí nos hemos dirigido las dos. Ella iba en su cochecito saludando a todo el mundo, como si fuera la infanta: nos ponemos en posición, sonreimos y agitamos la mano como una loca. Lo que pasa que no siempre acertamos el momento y a veces el saludo se produce cuando el viandante de marras ya ha pasado. Entonces es cuando me da la risa a mí.

Es divertido esto de saludar; francamente prefiero que peque por exceso que por defecto. Así que aunque estamos en esa fase en la que decimos adiós a la casa, saludamos al ascensor cuando viene, etc, casi mejor pasarse que no llegar.

Así que hemos llegado al mercado y nos hemos dirigido al puesto de las frutas y verduras. Ésta tiene un estómago a prueba de bombas y absolutamente todo le cae bien. Se trapiña el limón a palo seco, con el asco que me da a mí, y tan feliz. Le hemos pedido una ciruela al señor frutero (he estado por llamarle "Fru", como en siete vidas, pero me ha dado corte) y nos la ha dado gustoso. El buen hombre alucinaba con el mico este zampándose la fruta a manos llenas. Tres minutos le ha durado. Y no se ha comido el hueso porque fijo que le parecía mal. Lo mejor es que ponía la misma cara que ponemos algunas cuando comemos chocolate estando a dieta. Esa cara de "dios mío, no he probado nada tan sublime jamás". Tengo todos los dedos cruzados para que cuando sea mayor siga así, comiendo absolutamente de todo.

Tras el mercado, a jugar con las palomas de la plaza. Ella corría (agarrada de un dedo, eso sí, que tiene un cague a eso de soltarse...) detrás de los bichos, se acercaba a los niños, vamos, un cachondeo total. Y yo veía a mi hija y a mi madre pasárselo tan bien que sólo podía pensar en que es por momentos como estos por los que la vida merece la pena.

Es una lástima que los mayores perdamos esa capacidad de reírnos de cualquier cosa, de que un regalo te haga tan increiblemente feliz como a un niño. Mataría por tener la luz que tiene mi hija en los ojos cuando descubre alguna cosa nueva o cuando juega con alguien.

Claro que esa es una de las ventajas de ser mami: que estas cosas las revives. Si no, ni me acordaría de lo que se sentía.

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